Relato "El beso de Sara", de Mónica Benítez.

El beso de Sara, de Mónica Benítez.

Logotipo de Mónica Benítez.

La autora Mónica Benítez prometió a sus lectoras que al alcanzar 5 millones de páginas leídas, regalaría un relato. «El beso de Sara» es ese relato y lo comparte a través de Conexiones de colores

Muchas gracias Mónica por hacer partícipe de este bonito presente a Conexiones de color. Agradezco la oportunidad y confianza. 

"EL BESO DE SARA".

Mónica Benítez | Enero 2023

Camino por la calle a paso lento, las manos me sudan y el corazón me late enfurecido. Dios, qué calor tengo. Todavía estoy a tiempo, puedo darme la vuelta, volver a subirme en el coche y salir huyendo de aquí. Sin embargo, por algún motivo no me detengo, mis pies siguen dando pasos concienzudos en dirección a la cafetería en la que me he citado por primera vez con Sara.

Cuando lo pienso me parece absurdo y me pregunto qué es lo que me ha llevado a registrarme en una aplicación solo para mujeres y a quedar con una. Creo que la respuesta es obvia, pero me da un miedo atroz decir en voz alta que a mis casi cuarenta años, me he dado cuenta de que siento una atracción que no controlo hacia las mujeres, que probablemente siempre ha estado ahí y que nunca he sido capaz de ver. Hasta ahora.

Después de varios meses de tortura interna que me estaban consumiendo, finalmente decidí dar un paso en esta dirección y se lo acabé confesando a Sonia, una compañera de trabajo algo más joven que yo que vive con su novia desde hace varios años.

—¿Podemos hablar un momento? —le pedí nerviosa mientras la arrastraba por el pasillo hasta la zona de descanso.

—¿Qué pasa, Vero? —preguntó asustada cuando por fin nos sentamos.

—Me parece que me pasa algo, algo que solo tú puedes entender.

—¿Solo yo? —preguntó confusa, observándome con curiosidad a través de sus gafas de montura metálica.

—Sí, solo tú.

La boca se me secó ante la idea de nombrarlo, pero Sonia me miraba expectante por escuchar lo que fuera que tenía que decirle y eso me dio la valentía que necesitaba para comenzar a afrontar algo que cada vez se mostraba más latente.

—Creo que soy como tú —solté de pronto sintiéndome una imbécil.

Era lo suficientemente adulta como para haber escogido unas palabras más apropiadas, pero me salió así.

Pensaba que en el momento que confesara lo que me pasaba las palabras me quemarían la garganta y acabaría muriendo ahogada en mi propia agonía, pero lo único que sentí fue un alivio inmenso. De pronto parecía que pesaba menos, que la losa poco a poco desaparecía porque, aunque en aquel momento no me di cuenta, aquel era mi primer paso hacia la aceptación.

—¿Cómo yo? —sonrió entornando los ojos—. ¿Y cómo soy yo si se puede saber? —me provocó con expresión divertida.

—Pues ya sabes, como tú.

—No, no sé —comentó torturándome—. ¿Cómo soy yo, Vero?

—Lesbiana —susurré mirando en todas direcciones como si cometiera un delito.

—Umm, vaya, ya era hora de que te dieras cuenta —afirmó con una sonrisa que me dejó descolocada.

—¿Perdona?

—Hace tiempo que lo sospecho, ya sabes, las bolleras tenemos eso a lo que llamamos bollo-radar y rara vez nos equivocamos.

—¿Creías que yo era lesbiana? —pregunté con asombro.

—Sí —afirmó, y se encogió de hombros sin darle mayor importancia.

—¿Por qué? —pregunté pasmada.

No es que me molestase, pero la curiosidad por saber qué era lo que le había llevado a pensar eso de mí, comenzó a devorarme a pasos agigantados.

—Primero porque esto está lleno de hombres —declaró como si ese hecho significase algo que yo debía comprender—, algunos de ellos te tiran la caña de forma descarada y tú ni te inmutas, lo cual llama la atención teniendo en cuenta que estás soltera. Y segundo porque se te van los ojos cada vez que Lorena pasa por delante de ti.

—No es verdad —la corté abochornada, aunque algo en mi interior ardía y tenía ganas de reír.

—Claro que lo es —se rio—. Y otra cosa que me hizo saltar las alarmas es que siempre has mostrado mucho interés por mi vida.

—¿Qué insinúas? —la corté nerviosa—. Yo jamás me entrometería entre tú y tu novia, Sonia, no me gustas, no en ese sentido, quiero decir —aclaré cada vez más tensa.

—Ya lo sé, no es a eso a lo que me refiero, cálmate —dijo poniendo una mano sobre la mía—, lo digo porque todas las preguntas personales que me haces tienen que ver con el hecho de que me gusten las mujeres. Te he contado cómo fue mi salida del armario, la de mi novia y la de todas mis amigas…

—Ya —admití aturdida—, lo siento si te he incomodado.

—No lo sientas, Vero, no pasa nada. Te estás descubriendo y eso suele ser algo complicado en muchas ocasiones, es normal que tengas preguntas.

—Lo sé, es solo que me está costando acostumbrarme a esta nueva yo, todo se me hace muy cuesta arriba.

—No eres un monstruo ni ningún bicho raro, ¿de acuerdo? Solo eres una mujer que siente cosas por otras mujeres, eso no te tiene que hacer sentir mal. El amor es amor, Vero, que no se te olvide.

—Gracias —dije con ojos acuosos.

Sonia no era consciente de lo mucho que significaba para mí contar con su apoyo.

—No me las des, estoy aquí para lo que necesites. Puedes preguntarme cualquier cosa que se te ocurra por descabellada que te parezca, no te quedes con la duda ante nada.

—Está bien —sonreí—. ¿Qué se supone que debo hacer ahora?

—No te entiendo.

—Bueno, ya sabes, salvo a ti, no conozco a ninguna mujer que sea lesbiana, todo mi entorno es hetero y así es difícil que conozca a alguien con quien…

Me corté porque decirlo en voz alta me daba mucho corte y todavía no me sentía preparada.

—No te preocupes por eso, yo tengo muchas amigas y la mayoría entiende, y esas amigas tienen más amigas, ya sabes —dijo guiñándome un ojo—, el mes que viene tenemos una fiesta de cumpleaños, vendrás con nosotras y ya verás lo bien que te lo pasas. Mientras tanto puedes descargarte alguna aplicación para conocer chicas.

—¿Aplicación? No sé, no me veo yo con esas cosas.

—No seas sosa, mujer, hay una que es muy buena y además es gratuita, déjame tu móvil.

Se lo presté sin dudarlo y unos minutos después, Sonia ya me la había instalado.

—Ahora solo tienes que crearte un perfil y buscar chicas afines a tus gustos.

 

Aquel fue el primer día que llegué a casa sin sentir aquella angustia que me oprimía el pecho porque la conversación con Sonia me tranquilizó más de lo que hubiese esperado, así que después de comer, me di una ducha y me tumbé en el sofá para crear mi perfil.

Estaba a punto de irme a dormir cuando recibí un mensaje de una chica que se llamaba Sara.

—Hola, he aterrizado en tu perfil y me ha sorprendido lo mucho que nos parecemos en algunas cosas, si te apetece hablar, estaré por aquí.

Mentiría si digo que lo primero que hice no fue abrir su perfil y mirar las fotos. Tenía tres, y aunque no me pareció especialmente guapa, había algo en su mirada que me cautivó por completo. Decidí contestarle y estuvimos hablando casi hasta las cuatro de la mañana. ¡Las cuatro!

Cuando me di cuenta por poco me dio un pasmo, me sentí tan cómoda hablando con Sara, que me preparé la cena entre medio de las conversaciones. Cené con ella, me puse el pijama con ella y me metí en la cama con ella, aunque fuese de forma virtual.

—¡Es tardísimo! —le dije asustada por lo poco que iba a dormir.

—Lo sé, hablando contigo se me pasan las horas volando —admitió con un guiño.

Aunque yo era nueva en ese mundo y no sabía si era una táctica para ligar o realmente lo decía en serio, reconozco que sonreí al leerlo.

Cortamos la conversación y acordamos conectarnos al día siguiente después de que ambas nos hubiésemos echado una siesta después del trabajo.

Después de chatear un rato terminamos dándonos el número de teléfono y Sara me llamó.

Cuando escuché su voz por primera vez sentí un hormigueo en la boca del estómago que hizo que tuviera que sentarme en el sofá, me coloqué la mano en el pecho y no pude evitar sonreír ante lo agradable que fue aquella sensación.

Tras más de dos horas de conversación me propuso quedar al día siguiente. Al principio dudé, pero el hecho de que viviésemos en la misma ciudad, sumado a que realmente me moría de ganas de verla, fueron dos factores determinantes para aceptar su propuesta.

Y aquí estoy ahora, parada en la puerta de la cafetería con el corazón desbocado y la garganta seca. Miro el reloj, todavía faltan diez minutos para la hora acordada, así que decido entrar. Aprovecharé para ir al baño, refrescarme un poco la cara y pedirme una botella de agua para asegurarme de que cuando tenga que hablar con ella, me salga la voz y no un pitido estrangulado.

Entro con paso decidido y voy directa hacia los baños. Antes de salir, me detengo frente al espejo y me aseguro de que todo está como debe, después apoyo las manos sobre el mármol y tomo una gran bocanada de aire que expulso lentamente para intentar calmarme. Desde hace unos segundos no puedo dejar de pensar en la idea de que no se presente, ¿y si me da plantón? Ay, madre, qué agobio me está entrando. Cierro los ojos con fuerza y los vuelvo a abrir parpadeando varias veces y, cuando me giro hacia la puerta para salir, esta se abre y una chica se queda petrificada ante mí.

La miro y algo explota en mi interior en cuanto reconozco a Sara en esos ojos grandes y oscuros que me observan con curiosidad. Cuando noto que me reconoce las piernas me tiemblan y tengo que apoyarme de nuevo en el mármol para no caerme.

—Hola —saluda con una sonrisa.

La miro embobada con el corazón latiéndome en las sienes. No sé si se debe a que no es fotogénica o a que me estoy pillando por ella de una forma tan rápida, que ha pasado de parecerme una chica del montón, a ser la mujer más hermosa que he visto nunca. Sara me mira con sus ojos oscuros y al ver que no reacciono, da un paso hacia mí.

—¿Nerviosa? —pregunta con un tono de voz que baila entre la dulzura y la picardía.

Asiento con insistencia, estoy tan bloqueada que mirarla solo me hace temblar. Sara sabe que he asumido mi interés por las mujeres hace muy poco y que ella es la primera con la que quedo para tener una cita.

—No pasa nada, no voy a morderte, Verónica, de verdad —asegura con una calma que yo estoy muy lejos de sentir.

—Ya —contesto con la voz un poco estrangulada.

Sara se acerca un poco más, se detiene a un par de pasos de mí y coloca una mano bajo mi mentón con una delicadeza que me marea.

—Mírame, Verónica —me pide empujando mi mentón hacia arriba de forma lenta.

La enfocó y me pierdo en sus ojos y en la seguridad que me transmiten.

—¿Prefieres que lo dejemos para otro día? —pregunta, y la idea de que se marche hace que el aire se congele en mis pulmones.

—No —respondo con rapidez.

—¿Segura? Tal vez sea muy pronto para ti y a mí no me importa esperar, de verdad. Lo último que quiero es que te agobies o te sientas incómoda, podemos seguir con nuestras charlas telefónicas hasta horas indecentes de la madrugada —dice haciéndome sonreír.

—No, no quiero irme, quiero estar aquí contigo. Es solo que estoy muy alterada y no sé cómo calmarme —reconozco con una risa nerviosa.

—De acuerdo. ¿Qué te parece si salimos ahí?

Sara señala el interior de la cafetería y yo meneo la cabeza afirmativamente mientras me pregunto cómo lo hace para estar tan tranquila.

—Nos sentamos y pedimos algo, una tila para ti creo que será lo mejor —se burla arrancándome otra sonrisa nerviosa.

—Me parece un buen plan —afirmo muy segura.

Sara abre la puerta y me cede el paso, camino hasta una de las mesas tratando de que las piernas me sostengan y ambas nos sentamos frente a frente.

El camarero viene enseguida a tomar nota, ella se pide un zumo de naranja y yo le hago caso y me pido una infusión relajante. Durante varios minutos nos mantenemos en silencio, y lejos de parecer incómodo, me resulta agradable, es como una forma de hablar sin usar las palabras. Sara se limita a observarme de vez en cuando mientras remueve el azúcar que ha echado en su zumo.

—Odio el zumo con azúcar —digo de pronto.

No me puedo creer que después de todo el rato que lleva esperando con paciencia a que yo hable, sea esa idiotez lo primero que ha salido de mi boca.

—Pues a mí me encanta —asegura con una sonrisa—. ¿Quieres saber qué más me gusta? —pregunta provocativa.

—Por supuesto.

De repente siento una impaciencia incontrolable por conocer todos sus secretos.

—Tú —afirma, y mi corazón bombea tan fuerte que lo ensordece todo a mi alrededor—, esa timidez tuya me está volviendo loca, Verónica.

—Vero —la interrumpo, y esboza una media sonrisa que me sacude por dentro.

—Me pareces adorable y me muero de ganas de que me digas que después de hoy volveremos a vernos.

Su confesión no hace más que acelerarme a unos niveles que me asustan.

—¿De verdad quieres volver a verme después de esto? —pregunto señalándome a mí misma—, debo ser la peor cita que has tenido en tu vida, estoy tan nerviosa que no me atrevo a beber por miedo a que se me caiga la taza.

—Eres la cita más interesante que he tenido, eso te lo aseguro. Dime una cosa, ¿qué es lo que te pone tan nerviosa? ¿La cita o yo?

Su pregunta me aturde y la miro asustada, a lo que Sara sonríe provocándome otro intenso hormigueo que me corta la respiración.

Pienso en lo que ha dicho y en la doble intención que esconde y, cuando descubro la respuesta, no dudo en decirla en voz alta.

—Al principio la idea de la cita, ahora la que me pone nerviosa eres tú.

Sara sonríe con agrado ante mi respuesta, se cambia de silla y se coloca en la de mi izquierda, haciendo que la temperatura suba varios grados de repente. Su mano roza levemente la mía sobre la mesa cuando apoya los brazos en ella, su aroma me embriaga y me gusta tanto, que creo que no conseguiré borrarlo de mi memoria nunca.

—Ni siquiera nos hemos saludado con dos besos al llegar —comenta en un susurro.

—Cierto —respondo temblando.

—Te sigo viendo nerviosa, quizá en lugar de dos besos debería darte solo uno, para que no te agobies, ya sabes.

—Sí, quizá… —contesto casi sin voz.

—¿Estás segura de lo que dices, Vero? Porque no te he especificado dónde —afirma seductora.

—No he estado más segura de nada en mi vida —contesto convencida de ello.

Sara sonríe de medio lado y, colocando una mano con cuidado sobre mi cuello, se acerca lentamente y me da un dulce y corto beso en los labios que me deja atontada.

—¿Qué tal? —pregunta con ojos entornados.

—Me temo que tu propuesta de volver a quedar otro día me apetece cada vez más.

Sara coge mi mano y la aprieta sin perder esa sonrisa socarrona, después vuelve a su lugar frente a mí y me promete que si me calmo, me besará de nuevo. Así que me esfuerzo y poco a poco logro relajarme lo suficiente como para que podamos tener una conversación normal en la que me siento tremendamente cómoda.

Habíamos quedado para tomar un café y finalmente hemos acabado cenando en un restaurante cercano. Sara se ha despedido de mí con ese beso que me ha prometido y hemos vuelto a quedar mañana a la misma hora.

Cuando llego a casa me dejo caer en el sofá con una sonrisa bobalicona que me resulta imposible de borrar. No puedo dejar de pensar en ese primer beso que me ha dado y en lo poco que me ha importado que hubiese gente delante. Suspiro y me dirijo a mi habitación para acostarme, sabiendo con certeza que a partir de ahora mi vida será diferente, no porque me guste una mujer, sino porque con esa mujer me siento libre por primera vez.

Sobre la autora

Redes sociales

Último libro

Pijama azul, libro de Mónica Benítez.

Pijama azul

Doctora Teylor nº 1
1 de Enero de 2023

Próximo libro

Bata blanca, libro de Mónica Benítez.

Bata Blanca

Doctora Teylor nº 2
1 de Febrero de 2023