Relato "Efervescencia", de Jade Rojas.

Efervescencia, de Jade Rojas

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La autora Jade Rojas comparte con sus lectoras el relato «Efervescencia», la historia de Bianca y Jocelyn.

Muchas gracias Jade por compartir a través de Conexiones de color. Agradezco la oportunidad y confianza.

"EFERVESCENCIA"

Jade Rojas | Marzo 2023

Iba a toda prisa, Bianca no suele ser melancólica, todo lo contrario, es una mujer naturalmente alegre y jovial. Me pregunto qué le ha sucedido para que me llamara en aquel estado. Nunca la había escuchado llorar, y eso que llevamos algunos años siendo amigas a distancia, por así decirlo. No salimos a compartir como un par de amigas normales, simplemente hablamos de vez en cuando, nos llamamos cuando nos necesitamos y sabemos que siempre que la otra nos necesite ahí estaremos. Somos algo así como una amistad liberal.

Llamo a la puerta. Bianca abre y su estado me descoloca un poco, ha llorado y mucho, me pregunto cuánto tiempo lleva así.

La abrazo, un abrazo simple pero profundo, quiero que sepa que estoy para ella, siempre para ella.

—He traído helado y vino, aunque sé que el vino no te gusta mucho.

Nos sentamos en el sofá.

—Yo tengo ron.

Era grave. A Bianca le gustaba el ron, pero solo tomaba en festividades. Al parecer estaba ante un choque emocional de magnitud elevada.

—¿Quieres contarme? —pregunté en voz baja mientras destapaba en tarro de helado y le tendía una cuchara.

—He terminado con David —me dijo en tono lastimero.

No dije nada, no había necesidad de hacerlo. Llevaban mucho tiempo siendo una pareja increíble, él la cuidaba y la entendía, al menos era lo que se percibía desde afuera. Bianca le tenía muchísimo cariño y apego, y él se encargaba de siempre hacerla sonreír, hecho que hizo que en su momento yo entendiera que no tenía otro lugar en su vida más que el de una amiga lejana. Su perfume me inundaba las fosas nasales y traía recuerdos de los tiempos en que le conocí. Siempre trataba de acercarme, pero no tenía idea de cómo hacerlo, tampoco entendía por qué me gustaba a ese grado su compañía. A pasos diminutos nos fuimos haciendo amigas y a mí me llenaba de euforia que me contara cosas triviales, como lo que había hecho en el día, que estaba cansada y que deseaba vacaciones.Me consolaba el pensar que yo era la única persona a la que le contaba aquellas trivialidades, y que, por ende, era especial de alguna manera. La verdad es que solo me trataba como a una amiguita pequeña y yo ni siquiera podía percibirlo.

Aquella noche la animé cuanto pude, aún conteniéndome a toneladas por no decirle que para mí era la mujer más extraordinaria, que yo la elegiría a ella cien veces por sobre todas las demás y que no valía la pena que estuviese triste, que yo haría cuanto pudiera por devolverle la sonrisa. Creía que mis sentimientos ya habían cumplido años de fallecidos, pero al verla tan débil surgieron a borbotones.

Debía volver a ignorar el hecho de que luego de haberla hallado a ella no había vuelto a interesarme por nadie más, hombre o mujer. Se supone que mis emociones casi iban a cumplir el tercer aniversario, la fecha en que se hirieron de muerte se acercaba. Recuerdo aquella vez hace tanto tiempo cuando la vi en aquella fotografía junto a David, abrazados y felices, lo comprendí todo. Yo jamás le había arrancado una sonrisa de esa magnitud. Él la hacía feliz y eso era todo lo que importaba. Sin embargo, ella lloraba amargamente su ausencia y mi corazón se agrietaba al verla tan débil.

La acompañé hasta que se calmó y se durmió. No sabía cuándo volvería a tenerla tan cerca y eso de cierta manera me carcomía el alma. Le conocía, al día siguiente habría una coraza infranqueable en la que ni siquiera habría cabida para mí. Su escudo sería una potente sonrisa que protegía con recelo el vacío de su corazón.

* * *

Después de la partida de Jocelyn, David llegó por sus cosas y, contrario a lo que pensaba en medio del llanto, no fue tan doloroso. Luego de llorar entendí que lo que realmente me afectaba era seguir sola entre estas cuatro paredes que nos habían acompañado a lo largo de los años. Ya no había mucho que recuperar, David y yo éramos más amigos que pareja y, aunque es increíble tener a alguien con quien reír y un apoyo en los momentos difíciles, también es importante ser cómplices en la cama. De eso hacía ya mucho que no se veía en nuestra alcoba. Ya no me atraía de esa manera ni yo a él.

Al día siguiente llegó mi hermana. Le conté más calmada todo lo sucedido, hasta el amable gesto de Jocelyn de cuidarme, y por lo único que se interesó en preguntar era si me había confesado sus sentimientos. ¡No podía creerlo!, cómo podía jugar con algo así. Si realmente le gustara buscaría la forma de acercarse a mí, sin embargo, solo nos veíamos ocasionalmente, no tenía lógica. Se lo dije a mi hermana, pero ella simplemente se empeñó en decirme una y otra vez que poco importaba lo que sintiera por mi, que todo lo que yo necesitaba era disfrutar de las mieles del sexo con alguien más y así olvidarme de David. Era realmente molesta.

Me dije que todo lo que necesitaba realmente era una distracción para pasar el día. Sin embargo, poco sabía de lo difícil que se tornaba todo al llegar la noche, cuando ya no me podía ocupar en otra cosa que no fuera pensar en lo sola que se sentía mi morada.

Jocelyn era encantadora y dulce, me preguntaba por qué no la había visto en alguna relación desde que la conocía. Supongo que no deseaba una responsabilidad emocional.

* * *

Una llamada me había sacado de mis cavilaciones. Bianca. Pensaba que no volvería a verle en un buen tiempo, sin embargo, a poco más de veinticuatro horas de haber salido de su casa me estaba invitando nuevamente. «Hay que tomarnos esa botella de vino», me había dicho. Y yo, con tal de volver a verle y aclarar el remolino de emociones que me torturaron la noche anterior, acudiría gustosa.

Destapamos aquella botella de vino tinto, y mientras disfrutaba del aroma de mi copa, su mirada me incomodaba.

—Esto no es tan bueno como el ron —dio otro sorbo—; ni siquiera se siente amargo.

—Es dulce —le dije—, pero tú lo que quieres es embriagarte.

Se acercó más a mí en el sofá y apoyó su cabeza en mi hombro.

—Yo solo quiero cariño —susurró.

Pasé mi brazo tras su espalda y la atraje contra mi pecho. Nos quedamos en silencio disfrutando del vino mientras contorneaba cada uno de sus negros mechones ondulados. Ojalá esa sensación no terminara nunca, no me sentía capaz de permitirle alejarse. El observarla llevar la copa a su boca me hacía desear cosas en las que no debería pensar, simplemente porque ella no las pensaba de mí.

Finalmente rompió el silencio.

—¿Te puedo pedir algo?

—Claro. —Me giré levemente para observarla a los ojos.

—¿Me das un beso? —La acerqué nuevamente a mi pecho y deposité un besito en su cabeza y la apretujé con más fuerza. Al cabo de unos instantes se separó un poco y reclamó mi mirada—. Un beso de verdad —me dijo, y con esa simple frase todo lo que pude hacer fue observar sus labios frambuesa.

Había pasado noches enteras imaginando el momento en que pudiera rozarlos, en las miles formas en que deseaba recorrer su piel de terciopelo y en todas las palabras que a diario surgían en mis pensamientos solo para ella, y que terminaba archivando en un rincón especial de mi memoria. Todo volvía. Absolutamente todo.

Tenía claro que Bianca actuaba por alguna otra razón diferente a la mía, pero por una única vez quería pensar en mí, en lo que sentía y deseaba. Me acerqué y junté nuestros labios en un suave beso. Bianca dio una leve mordida a mi labio inferior y yo estaba a punto de no querer controlarme a causa de todas las veces en que la había soñado.

Me separé.

—Quiero continuar… —musitó mientras regresaba con vehemencia a mi boca y yo correspondí—. Aunque nunca he estado con una mujer.

—Yo tampoco. —Bianca me observó con sorna—. Es en serio, soy una lesbiana no consagrada, por así decirlo.

«Pero deseo que eso cambie aquí y ahora, contigo».

Quería mostrarle todo lo que me hacía sentir, quería darle todo el amor que por tanto tiempo había reprimido, hacerle sentir lo especial que era para mí y que recordara ese momento como el más dulce y tierno.

Su boca atrapó la mía y su lengua me hacía electrizar. Retiré algunos mechones de su cabello y me separé dejando besos fugaces a lo largo de su rostro, desde el contorno de sus ojos hasta llegar a su barbilla, mientras daba delicadas caricias a su rostro con la yema de mis dedos. Bianca se levantó y tiró de mí para sentirnos nuevamente, al parecer el vino no era tan bajo en alcohol después de todo. Me guio hasta su alcoba donde se despojó de su blazer. Su cama nos recibió como una vieja amiga y nuestras miradas se encontraron, nuestros labios se llamaban y su piel pedía a gritos mis caricias.

Descendí desde su boca hasta su cuello, me tomé mi tiempo y luego comencé a desabotonar su camisa besando la piel que era liberada, la tomé entre mis brazos y la ayudé a erguirse quitando las prendas que se anteponían a mis deseos.

—Si deseas que pare solo dímelo.

Me besó y me sacó el vestido.

—No deseo que pares —habló junto a mi cuello dejando un camino de besos.

Si seguía besándome de aquella manera, el deseo me volvería loca más rápido de lo que debería. Nos tumbamos nuevamente en la cama y me concentré en rozar mis labios a lo largo de sus clavículas, alternando con uno que otro beso.

Me detuve justo entre sus senos, dando pequeños besos y trazando un sendero. Bianca deseaba que pasara a sus pezones, podía percibir el deseo creciente en ella, era demasiado sensible, pero no quería que todo sucediera a gran velocidad. Quería enseñarle que la paciencia otorga más placer y satisfacción. Mientras ella estaba perdida en las sensaciones que despertaban en su pecho, con sutileza solté los botones de aquel pantalón pitillo que tan bien le quedaba.

Me encantaba cuando se vestía formal, era mi debilidad, le daba un toque sofisticado sin llegar al extremo ya que su carisma y su sonrisa mantenían la balanza estable. Su alegría al tomar café me embobaba hasta el nivel de hacerme soportar compartir esa bebida extremadamente amarga con ella, no entendía cómo era que enloquecía por una taza de aquella bebida tan negra y sin contenido alguno de azúcar.

Le quité el pantalón y deslicé la yema de mis dedos por la cara externa de sus piernas. ¡Cómo me encantaban! Me enternecí por un buen rato hasta ver la mirada de mi compañera que suplicaba fervientemente que avanzara. Dibujé un camino de besos en la cara interna de sus muslos, alternando muy lentamente con delicados roces con la punta de mi lengua, seguí avanzando y ella separó ligeramente las piernas, deseaba que pasara a su zona íntima, pero no lo hice, no era el momento. Di un salto hasta su abdomen y me concentré en los huesos de la cadera, Bianca gemía. Gemidos quedos; y con cada sonido emitido mi humedad aumentaba a cantidades escandalosas. Nunca me había excitado tanto brindar placer.

Subí hasta su boca. Su mirada cargada de deseo, suplicante, me volvía loca. Besé sus labios con pasión, separándome, provocándola hasta sentir sus gemidos en mi boca. Ella reclamó un beso más apasionado y mis manos viajaron por su cuerpo. Retomé el camino hasta sus senos para complacerla al fin. Mientras besaba y mordía su pezón deslicé dos de mis dedos sobre la tela de su ropa interior. No era experta en las artes amatorias, pero creía que entre más humedad hubiera más placentero sería.

Me deshice de la molesta prenda y ella me recibió con anhelo, separé ligeramente sus labios y deslicé la punta de mi lengua, de arriba, abajo concentrándome en sus reacciones. Bianca gemía en tono más elevado, sin llegar a ser molesto. Apretaba las manos sobre la cama, lo que me indicaba que ya no podía alargar más el momento. Deslicé dos dedos y con la punta de mi lengua tracé círculos a su clítoris. Bianca comenzó a moverse marcando el ritmo y la velocidad a la que deseaba ser tocada. Su suave piel me abrazaba los dedos, y el sentirla al borde del éxtasis me llevaba al límite a mí también.

Su cuerpo se mecía entre espasmos que iban disminuyendo su magnitud hasta terminar exhausta y con la respiración agitada. Deshice el trayecto marcado por mis besos y llegué hasta su boca. Deposité un beso fugaz y rocé delicadamente su labio inferior con el pulgar. No pude ignorar mi deseo por sus labios. Los besé y los mordí.

Me tumbé a su lado.

Bianca se levantó y dejó algunos besos en mis labios, estaba nerviosa, podía percibirlo. Se ubicó a horcajadas sobre mí. Me moría de ganas por sentirla, pero lo menos que deseaba era que hiciera algo que no quería, solo deseaba que estuviera cómoda y feliz.

—No tienes que hacerlo —le dije. Una cosa era recibir placer; otra muy diferente, darlo. No quería su reciprocidad, quería su sinceridad.

* * *

El remolino de sensaciones que había despertado Jocelyn con cada beso y roce en mi piel era incontrolable. Nunca me habían tratado de esa manera tan sutil y delicada. Me hacía sentir especial, como si realmente sintiera algo por mí, algo más allá del deseo.

Quería hacerle sentir lo mismo que ella había producido en mí, pero no tenía idea de cómo.

—Deseo hacerlo —le respondí—, pero tendrás que decirme cómo te gusta. —Asintió.

Solté su sujetador y me deshice de su ropa interior por completo. Dejé besos por toda su piel y atrapé sus pezones, ella gimió como respuesta. Gemidos bajos, controlados. Quería que se desinhibiera, que no se reprimiera. También quería que me dijera lo que realmente sentía por mí, porque a estas alturas yo no concebía respuesta diferente a un «te amo», y porque sentía que lo que estaba sucediendo no era solo sexo.

Para algunos el amor es un flechazo, para mí es un sentimiento que se alimenta y se construye junto a la persona que crees que cumple tus parámetros de selectividad, y yo acababa de elegirla a ella. Quería despertar con sus besos en las mañanas y compartir las cosas más simples de mi día con ella. La querría, sin duda alguna lo haría.

Besaba su vientre y estaba a punto de ir más abajo cuando Jocelyn tiró de mí y atrapó mi boca en un beso lleno de deseo.

—Quiero tu boca acá arriba. —Me besó, rozó con su lengua mi labio y nuestras bocas se abrieron buscando encajar, pero ella se separó levemente y mordió su labio inferior. Tomó mi mano y la llevo hasta su entrepierna.

Le obsequié roces cariñosos. Podía percibir su creciente deseo, sus caderas se sacudían en busca de más contacto, por lo que sumergí dos dedos tal cual hizo ella. Gimió y me besó con necesidad.

—Más —jadeó.

Tres de mis dedos se convirtieron en prisioneros de su piel de terciopelo y sus jadeos llegaban a mis oídos como el sonido más melifluo. Besé su cuello. Jocelyn buscó mi boca, su cara estaba rojiza y su piel era abrasadora. Aumenté la velocidad y anexé un cuarto dedo. Su cuerpo tembló y sus jadeos se apagaron, proceso que se repitió más de tres veces en cuestión de segundos. La besé y nos abrazamos. Era momento de buscar respuestas.

—¿Qué sientes realmente por mí?

Su rostro palideció.

* * *

No sabía qué responder, entré en pánico ante la posibilidad de confesarle la verdad y que huyera de mí, o peor aún, que hiciera como si nada hubiera sucedido. Aún así, era mi valentía la que me había llevado hasta ese momento, ya no quería ocultar lo que sentía, no cuando se abría una posibilidad ante mí.

No lo pensé más, el que no arriesga no gana y yo ya había arriesgado su amistad. Ya no había nada más que apostar. Era el todo o nada, así de simple.

—Te amo —suspiré—, casi desde el momento en que te conocí.

Y contrario a lo que yo me esperaba, me besó. Y así, sin trabas y sin siquiera buscarlo, la efervescencia había vuelto a nuestras vidas, y esta vez para quedarse.

FIN

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